Cuando murió Roger Ebert, ganador del premio Pulitzer como crítico de cine, un periodista escribió: «Con toda su fama, honores y celebridad, todas sus entrevistas exclusivas y encuentros con grandes actores, Ebert nunca olvidó la esencia de lo que hacemos: críticas de películas. Él las reseñaba con un celo contagioso y un intelecto inquisitivo» (Dennis King, The Oklahoman).

El apóstol Pablo nunca olvidó la esencia de lo que Dios quería que fuera e hiciera. La convicción y el entusiasmo eran el núcleo de su relación con Cristo. Ya fuera que razonara con filósofos en Atenas, naufragara en el Mediterráneo o estuviera preso y encadenado a un soldado romano, se centraba en su llamado a «conocerle [a Cristo], y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos», y enseñar sobre Él (Filipenses 3:10).

A la iglesia en Filipos, le escribió: «yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (3:13-14). En cualquier circunstancia, Pablo continuaba fiel a su llamado.

Que siempre recordemos la esencia de lo que fuimos llamados a ser y hacer como seguidores de Jesús.